Con él se reinventó el trovo. Es todo corazón, y, por ende, sentimiento. Lo es cuando habla, cuando canta, cuando vive. Se llama Pedro, y es duro como esa piedra a la que alude su nombre, que seguramente le ha marcado de manera inconsciente en una vocación que le alienta a seguir incluso a pesar de los vaivenes de la vida. Su apellido, por cierto, es López, pero le conocemos por, El Cardoso I (Primero).
Enumera las vicisitudes del día a día cantando como sólo él sabe hacerlo. Entona, lleva el ritmo y saca esas décimas espinelas como únicamente los tocados por los dioses son capaces de efectuarlo en un arte que lleva dentro, que es innato, que ha sabido pulir extraordinariamente. Es, y lo digo sin exagerar, pura certeza, es cabal, como él mismo repite en algunas de sus letras.
Ha sabido ganarse un espacio en el panorama trovero. Tiene buena voz (a mí me gusta mucho), y tiene la sabiduría de quien atesora en su ADN la destreza de generaciones. Ha habido que cribar en la naturaleza muchas mentes para llegar a la suya. Lo bueno es que el destino genera a estas personas sin dar a conocer sus cartas hasta que remata en una pieza suprema como es Pedro.
Un buen día tuve la suerte, inmensa, de conocerle. Sé que me he arrimado a uno de los mejores, y de ellos, de los excepcionales, con seguridad, se aprenden conceptos óptimos. Es el caso. Me he sentido, y me experimento, muy complacido.
Nuestro artista maneja las palabras como pocos, y yo que llevo media vida (o una entera) consagrado al noble arte de escribir cuando llega alguien de la impronta de Pedro no puedo hacer otra cosa que descalzarme porque, con él, ante él, me vislumbro pisando tierra sagrada.
La vida es eso que pasa mientras hacemos planes. Pues bien: sin que lo podamos ni siquiera soñar de vez en cuando aparece un humano excepcional que te corrobora en los leales planteamientos, que te cose a la afición a la alegría, que te regala memoria y emociones, que te traslada a los instantes más entusiastas, que te reporta conocimiento y aprendizaje, que te coloca en el sitio de la mesura con extremos fundamentales. Todo vale cuando estás próximo a un creador de la talla de Pedro López, el Cardoso I.
Él es el capitán de una nave irrepetible, que sirve de guía, de faro, de Luna en la noche, para cuantos tratan de versificar la cotidianidad con reglas diáfanas e inmemoriales. Pedro se pone en el escenario y se cumple la frase bíblica de «Dios proveerá». Sale lo mejor de sí mismo, del ser maravilloso que porta en su interior.
Me encanta cuando se dirige al público, cuando empatiza y simpatiza con sus adeptos, cuando le pide palabras claves para cantar, cuando agradece sinceramente lo que supone ese momento extraordinario de encuentro entre troveros sabios y entendidos incondicionales. La historia se justifica en ese trecho milagroso. Forma parte de una estirpe de bendecidos por la repentización. Los versos se hilan como si salieran de una montaña mágica, como si estuvieran paridos antes de pensarlos siquiera. Hace como buen cocinero los mejores manjares, los guisos más gustosos. Convierte en hermoso cualquier pasaje existencial.
Todos los senderos
Sus estrofas abarcan todo tipo de senderos. Los temas que oraliza tienen que ver con el amor, con la sociedad, con el trabajo, con los sentimientos, con la política, con la cultura, con las relaciones, con el desasosiego, con los nacimientos, con las pérdidas, con los viajes, con las vueltas que da la vida, con las razones, con su ausencia, con la mujer, con el hombre, con sus estadios, con las voluntades, con la pereza, con el agua, con la diversión, con la tristeza, con la verdad, con las opciones, con los regresos, con las peticiones, con las formas, con los volúmenes, con los estados de ánimos, con la caída… Sí, se entrecruza con tantos asuntos que podríamos estar horas señalando posibilidades. En todo caso, la carga de sus sílabas, de sus palabras, de sus rimas, es positiva, buscando sempiternamente el optimismo que quita apatías y nos provoca acercamientos frente a los que venden distancias y rupturas.
Ha sido, y es, fiel a sus convicciones, a sus elucubraciones, a sus paisanos, a sus maestros, a los que vinieron antes, a cuantos han de arribar detrás, a la Naturaleza, al planeta…. Además, cuando parece que has aprendido lo suficiente con él se presenta con una nueva improvisación, que te sorprende.
Para mí es indudablemente un honor ofrecerles este prólogo que es la antesala humilde de una gran obra. Se trata de más de mil poemas de un trovero que ha sabido desde su docencia con los mejores sacar brillo a su propio libro, el de su oficio, el de sus cronos, que hoy muestra, precisamente, en estas páginas, llenas de orgullo por su Región y por sus gentes, tanta devoción y satisfacción como siento yo por él ante el hecho de poder decir que soy su amigo. Desde esa óptica firmo este escrito.
Juan Tomás Frutos
(prólogo de Las 1000 décimas del Cardoso)

Las 1000 décimas del Cardoso
10 000 versos y 80 000 sílabas
426 páginas
Libro ilustrado
Prologo de Juan Tomás Frutos